Negras tormentas agitan los aires...
Ahora casi cuesta imaginar que al comienzo nos lo tomáramos casi como una aventura o algo pasajero. Sí, había una guerra, pero nosotros no oíamos los disparos y a los nuestros nos les llegaban las balas. A nuestros ojos todo seguía igual. Igual de mal. Igual que siempre. Por eso, no mentiría si dijera que las pocas veces que reparábamos en lo que sucedía, nos lo llegamos a tomar incluso con una estúpida ilusión, la revolución ha llegado, camaradas, decíamos.
Nunca dudábamos de que la victoria sería nuestra, pero siempre había una hesitación que a nadie se le ocurría mencionar.
A las primeras de cambio, los fascistas se adueñaron de la casa real e hicieron que
Alfonso XIII (013) subiera al poder aprovechando el ligero apoyo monárquico con el que contaba. Así comenzó la guerra, sirviendo este rey de continuo acicate a un cuerpo diplomático comandado por
Pedro Sáinz Rodríguez (162) y
Agustín de Foxá (068), personajes a los que hacía intervenir una y otra vez desde la retaguardia. Con el objetivo de poder conseguir dañar la imagen internacional de la república mostraban aspectos tan oscuros de nuestro bando como la
Profanación de templos (012) que, no podemos negar, se llevaba a cabo por sistema en la zona republicana. Nosotros, sin un líder definido pero con dos ejércitos en juego, nos lanzamos a combatir con las armas. Atacamos e hicimos que los insurrectos cayeran en
El Alcázar de Toledo (242) y
Brunete (032). El entusiasmo de nuestros ejércitos como la
Columna León de Graus (153) hizo posible su rápida movilización, mas sin embargo, su ferviente furor nos dañó la imagen más de lo que nos pensábamos. Además, ganar las mencionadas plazas sin un líder hizo que no aprovecháramos las consecuencias adicionales que un presidente de gobierno hubiera podido darnos; en el lado contrario pasaba lo opuesto, Alfonso XIII usaba su poder en cualquier victoria diplomática para minar nuestra moral.
Para evitar este desconcierto inicial, en nuestro bando los comunistas iban a hacer lo que fuera por elegir rápidamente a un líder de su facción, si bien luego esto no fue así y tardaron bastante en hacerlo. Al menos lo consiguieron, lograron que uno de los suyos,
Vicente Uribe (187), fuera nombrado presidente del gobierno de la España leal. Uribe apuntaló la economía republicana, pero el hecho de que numerosas iglesias sufrieran daños en la zona republicana fue considerado un
Sacrilegio (009) tal, que Uribe tuvo que desaparecer. Fue un daño moral importante. Su sustituto fue
Jesús Hernández (168) , otro comunista.
Quizá no supimos como administrar y gestionar correctamente nuestra economía. Así
Manuel Azaña (036) y
Claudio Sánchez Albornoz (016) por el bando republicano trataron de contener la
Inflación (079), cosa que no lograron, llegando ésta a alcanzar niveles del 85 %. A esto se sumaba el
Apoyo real (088) y la frecuente
Donación (077) de joyas que en la España nacional se realizaba para suministrar unos invalorables recursos a los fascistas. Toda esta política facha culminó con la emisión de una moneda propia del bando sublevado en billetes de
Cien Pesetas (210). Pero había que seguir luchando, las armas nos darían la victoria que los burócratas nos estaban negando.
En el combate ganamos
Teruel (052), y llegó
El Ebro (025); con el carismático
Buenaventura Durruti (183) y su
Columna Durruti (037) en liza teníamos que ganar o ganar. El enemigo, tan diplomático al principio, había conseguido rehacer (o hacer, pues nunca los tuvo) sus ejércitos hasta hacernos dudar de que pudiéramos ganar esa batalla. Sin embargo, el apoyo de la URSS hizo que volviéramos a entonar el
¡Venceremos! (144) que pareció paralizar al enemigo. Pero la guerra nos iba minando. Ella ya nos conocía y nosotros empezábamos a descubrir su verdadero rostro. El rostro irónico de aquella que silenciosamente, de forma hiriente y lasciva, iba sembrando en todos nosotros una imperceptible sensación de falta. De no querer, de no saber... De darnos igual todo, de dejarlo y no luchar. La victoria estaba cerca, pero para conseguirla había que creer en ella, y nosotros ya no creíamos en nada. Esa sensación de vacío, ese hastío por todo, esa desmoralización tenía un nombre: derrota.
Para los que no lo sepan, el color corresponde al color de la carta, y el número entre paréntesis al número de la carta.
Sí, la verdad que bastante entretenida... tiene una pinta estupenda!!
Saludos!!